Se trata de un muelle que diseñó el ingeniero Evaristo Churruca en la embocadura de la Ría de Bilbao para evitar que se formara la famosa barra, barrera de arena que se formaba en el fondo de la ría y que impedía que los barcos grandes entraran en el puerto. Después de estar años midiendo las mareas y estudiando las corrientes, el ingeniero Churruca trazó un muelle en suave curva y consiguió que la propia corriente de la ría limpiara el cauce, y desde entonces sigue funcionando a las mil maravillas. El muelle se construyó en hierro y la punta terminaba en piedra para afianzarlo con más peso. Una preciosidad de construcción, una sutileza de trazado, un simple gesto más que justificado que en el año 2011 será de nuevo puesto en uso tras ser rehabilitado como paseo marítimo.
Me hizo ilusión encontrar esta serendipia no virtual. Me explico. Una serendipia es un «descubrimiento o un hallazgo afortunado e inesperado», según wikipedia. «El término serendipia deriva del inglés serendipity, neologismo acuñado por Horace Walpole en 1754 a partir de un cuento persa del siglo XVIII llamado «Los tres príncipes de Serendip», en el que los protagonistas, unos príncipes de la isla Serendip (que era el nombre árabe de la isla de Ceilán, la actual Sri Lanka), solucionaban sus problemas a través de increíbles casualidades».
El término serendipia lo conocí a través de Ciudades a escala humana, en dónde Manu Fernández mantiene la sección Serendipias urbanas, que son hallazgos fortuitos que por un motivo u otro le llaman la atención. Me pareció muy adecuado para estos tiempos en que navegando acabamos perdidos y encontramos muchas veces cosas por azar, por casualidad.