su agente inmobiliario

La superficie de la tierra no es un solar

El Barón Rampante, genuino personaje creado por Italo Calvino, decidió un día, viendo lo que se avecinaba, subirse a los árboles y no volver a pisar la superficie de la tierra jamás.

La superficie de la tierra, ese precioso bien sobre el que no tenemos más remedio que apoyarnos los demás, se ha convertido en estas últimas décadas en una mercancía que ha generando gigantescas desigualdades. Gran parte de la culpa de este fenómeno la tiene, junto a la codicia generalizada, precisamente la ley que lleva su nombre, la del Suelo, que legalizó la especulación como el sistema de producción habitual.

Con el lápiz bien afilado, viene pintando alegremente el técnico competente (o incompetente, en la mayoría de los casos, pues en muchos casos es apartado de estas decisiones por el poder político) sobre el plano líneas y manchas de color que representan respectivamente límites entre distintos suelos y sus usos correspondientes: aquí unas vivienditas, por acá el colegio, la industria un poco más allá, oficinas para trabajar, y que no falten superficies comerciales, que ya se sabe que es muy necesario comprar. Clasificando suelo se ha ido dando forma al territorio y a la ciudad.

Bien, pues este inocente mecanismo, la clasificación de suelo, es el origen, o al menos uno de los orígenes, de la famosa burbuja inmobiliaria que sobrevuela, etérea, sobre nuestras cabezas, por haber dado curso legal al celebérrimo pelotazo, que en el fondo se basa en resultar agraciado por la clasificación de marras. La línea y la mancha clasificadora se convirtieron desde sus inicios en un instrumento perverso, que distanció para siempre al rico del pobre, generando un sinfin de pícaras corruptelas.

Si bien hay que decir que la Ley previó mecanismos de compensación para equilibrar derechos y obligaciones de los propietarios, han resultado más que insuficientes por tener alcances muy locales. Por poner un ejemplo, en Almería se han creado dos mundos distintos. Los ricos son los de El Ejido, cuyas parcelas recubiertas de plástico, han generado multitud de dinero. Los pobres son los del Cabo de Gata, cuyas superficies transpiran bien a gusto protegidas por ser Parque Natural.

Es necesario que el suelo sobre el que nos apoyamos todos se regule de forma más justa, porque está claro, visto lo visto, que el adorado mercado no lo hará jamás. Sería muy útil tener leyes más equitativas para convertir la superificie de la tierra en solar.

En cualquier caso, no tengo más remedio que envidiar al Barón Rampante, que subido a un árbol se mantuvo siempre alejado del suelo, clasificado o sin clasificar.

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