su agente inmobiliario

El pisito

No les he contado que estuve unos meses colaborando en un buen programa de radio. Me llamó un día su director: me había escuchado en una entrevista cuando salió mi libro, y, si me apetecía, podíamos montar una sección sobre la casa, en sus más amplios sentidos: inmobiliario, arquitectónico, urbano y, sobre todo, vital. A vivir que son dos días, vamos. Naturalmente, me pareció estupendo. Mi presentación sería con el escritor Juan José Millás. Imagínense, yo flipando.

Me propusieron ir con él a visitar unos pisos que estuvieran a la venta para montar un reportaje, y ya después charlaríamos en el estudio. La primera parte parecía un asunto fácil, pero meterse en una vivienda con un periodista no resultó tan sencillo como imaginaba. Conseguí encontrar un par de ellos, pero necesitaba un tercero que no llegaba, así que acabé por elegir uno que había comprado recientemente un cliente mío, que quería invertir un dinerito que le había caído al heredar de su madre, por aquello de tener una renta para complementar la birria de pensión que le iba a quedar, o, si se dieran mal las cosas, un sitio en el que caerse muerto, después de llevar toda la vida pagando un alquiler.

Era este un pisito modesto, en la cuarta planta de una finca normalita al lado de Ventas, muy cerca de la calle Alcalá: un barrio popular, y con un gran bar de referencia, que siempre es importante: el Docamar, en cuya barra se sirven las más afamadas patatas bravas de Madrid, frente a una plaza de Quintana sembrada de mesas en torno a las que pululan los curiosos que siguen las partidas de mus al caer la tarde. Además de su cercanía a ese sagrado templo, el piso tenía otras prestaciones interesantes, que el propietario reseñaba así en su anuncio de Idealista:

Venta piso a reformar, muy luminoso, espacioso y aireado, techos altos; orientado a Levante (patio grande y tendedero) y Poniente (calle); zona tranquila a 3 min. a pie de C/ Alcalá y metro El Carmen (Línea 5); a 14 minutos a pie de Plaza de Toros y metro Ventas; a 3 min en coche a M30 y a 15 min al aeropuerto de Barajas. Todo tipo de servicios a 3 min. (Centro de Salud, supermercados, bancos). Piso con dos habitaciones (antes 3) y sala de estar grande. Ideal para hacer un loft. Tiene dos armarios empotrados. Baño con ventana grande. Librerías de obra en sala y habitaciones. Todas las habitaciones con ventanas. Ascensor pequeño (una persona con bolsas de la compra o una maleta; dos personas que tengan confianza). Gastos de comunidad bajos. El baño necesita reforma total. Contacto sin compromiso. Sólo particulares.

Poco más se podía decir con ciento cincuenta y seis palabras, que sonaban más o menos bien: luminoso, espacioso, aireado, dos habitaciones –me encanta lo de «antes 3», siempre que puedo lo pongo–. El clásico Sólo particulares, más amable y sutil que el No agencias, confirmaba que los temidos intermediarios no eran bienvenidos, pero en un tono algo menos agresivo de lo habitual. La descripción del ascensor dejaba entrever en el sujeto una cierta sensibilidad literaria: un tal Remigio Pérez López, que después resultó ser un seudónimo.

El primer día que fuimos a verlo nos gustó. El anuncio se ajustaba bastante bien a lo que nos encontramos: te recibía un cuadrado zaguán con gabanero, que daba paso a un espacio suficiente para una mesa de comedor de cuatro o seis personas, por el que se accedía a un saloncito agradable. El baño pequeño, pero con una gran ventana, en efecto; la cocina normal, de las alargadas, y los dos dormitorios correctos. En general estaba vejete, pero habitable, y tenía buena luz. Más o menos lo que buscábamos. Y de precio, se debería poder encajar.

El edificio era curioso: construido en los años 1950 por la inmobiliaria BAMI, acrónimo del Banco Mercantil e Industrial, forma una gran manzana, en cuyo patio central abre sus puertas un mercado de abastos, con sus carnicerías, pescaderías y fruterías.

El dueño, Wenceslao, que así se llamaba el menda en cuestión, era un tipo solitario, alto y delgado, con acento vasco y aspecto de frío páramo castellano. Se le notaba que estaba un poco hasta las narices de todo. Durante la primera visita nos dejó caer que le podría interesar quedarse alquilado en la casa después de venderla:

–Me quedan tres años para jubilarme, nos dijo, y después me voy al Norte, que es lo que a mí me gusta.

Volvimos a verle unos días más tarde. Nos sentamos en el sofá del salón, formado por unos almohadones sobre un recrecido de ladrillo, incomodísimo, por cierto: al sentarte se te quedaban las rodillas a la altura de la barbilla. Wenceslao prefirió una silla de la mesa del comedor. Al rato, cuando ya había empezado yo a desplegar todas mis artes oratorias, de repente me dijo, mirándome fijamente a los ojos desde su posición elevada:

–Oye, tú qué bien hablas… ¿no serás escritor, o algo así?

Me quedé helado. Mi libro aún no había salido, no tenía noticia de que asomara ya por Google, así que la idea de que pudiera yo tener aspecto de escritor, así a simple vista, me desencajó. Se me subió la sangre a la cabeza, hubo un tenso silencio, y ya por fin, apiadándose de mí, me confesó que lo había visto en la red.

Acabamos cerrando el trato: él se quedaría en la casa tras la compraventa hasta su jubilación, mi cliente le dejaría el piso en usufructo durante ese período, y descontaríamos del precio de venta el importe equivalente al alquiler durante esos tres años.

El caso es que meses más tarde, cuando necesité un piso más que poder enseñarle a Millás para el reportaje de la radio, acudí a Wenceslao, ya amiguete y feliz usufructuario. Me había dejado las llaves en El Rincón de Galicia, un bar frente al Donner Kebab de la calle de atrás:

–Preguntas por Mario, gorra de béisbol. Un crack.

Este tipo de asuntos me encantan.

La recogida de las llaves se desarrolló sin mayores incidencias; Wenceslao me había dado precisas instrucciones:

–Hay tres cerraduras: arriba la llave verde, en medio la roja, abajo la azul. La llave metálica es la del portal.

Afortunadamente, llegué con mucha antelación. Subí en el semiascensor que afeitaba el estrecho ojo de la escalera; fui a abrir la puerta, empecé por la llave verde, todo correcto; seguí con la azul, corrió el FAC como la seda; fui a girar la roja, tuve un leve forcejeo y …¡crack!: se partió, quedándose la pluma dentro de la cerradura.

Estaba ante uno de mis grandes momentos: siempre había pensado que a Millás tenía que divertirle el plan, que le iba el tema como anillo al dedo; que entendería la ironía de juntar la literatura con los asuntos inmobiliarios. Y unas palabritas suyas sobre mi libro me vendrían de perlas… en cinco minutos le tendría esperándome en el portal… empecé a sudar como un pollo, no conseguía sacar la llave, llegaba la hora: pasaron los minutos como si fueran horas.

A punto ya de darme por vencido, resuelto a dar las explicaciones que fueran necesarias –podría quizás aplazar la visita–, me acordé de la navajita suiza que uso como llavero. La saqué del bolsillo, abrí la hoja más fina, la metí en la cerradura, y se produjo el milagro.

Bajé a toda prisa a buscar a Millás, que me estaba esperando en el portal con Paqui, la redactora del programa. La visita estuvo bien. Eso sí, Juanjo subió por las escaleras: «¡Este ascensor parece un ataúd, qué horror! Yo ahí no me meto», dijo según enfilaba el desembarque de la escalera. La casa estaba algo desordenada, no muy presentable que digamos, bastante llena de cosas, yo creo que a mis invitados no les gustó nada.

–Está para reformar –les dije, sin dar mayores explicaciones.

Las siguientes visitas se desarrollaron sin mayores problemas. Una fue en Moratalaz con mi compañera Eva, una mujer exquisita en el trato, pulcra y ordenada en su trabajo; a Juanjo le encantó, igual que el piso que nos enseñó: muy arregladito, impoluto, un buen espacio. La otra fue en la parte baja de la calle Toledo, cerca del Pasillo Verde. Era en un semisótano que debió de ser un local comercial, un almacén de fontanería o algo así, que unos inversores habían reformado con todo lujo de detalles “para darle el pase”, según nos explicó sin ningún pudor el agente inmobiliario. Por las ventanas se veían los pies de la gente que andaba por la calle, lo que a Juanjo le pareció muy kafkiano.

Fueron entretenidos los trayectos entre los distintos barrios. Con el segundo taxista, el que nos llevó desde Moratalaz al centro por la M30, la conversación aterrizó, no sabría muy bien decirles cómo –ayudó quizás el ritmo de los destellos intermitentes que acompañan el trayecto por el eterno túnel paralelo al Manzanares– sobre un tema insólito: las granjas de caracoles. El taxista tenía pensado dejar ya la calle y dedicarse a la cría de  esos moluscos, lo cual interesó de inmediato a Millás:

–¿Te acuerdas, Paqui, habíamos pensado en ir un día a visitar una granja?

Así lo hicieron unos meses más tarde.

El resultado de nuestras pesquisas pueden escucharlo en este enlace, si les apetece:

https://play.cadenaser.com/audio/001RD010000005705906/#

Atentos a lo del sofrito: Millás está memorable.

P.S.: En la emisora me propusieron que mi sección se llamara El pisito, en recuerdo de la película de Marco Ferrerri. No saben el trabajo que cuesta fabricar una buena hora de radio, pero merece mucho la pena. Lo pasé genial, mientras duró: la pandemia dio al traste con ella, y hasta ahora.

Aquí les dejo también las siete entregas que salieron.

1. Paqui busca piso de alquiler
https://play.cadenaser.com/audio/001RD010000005727337/#

2. Confort en el hogar

https://play.cadenaser.com/audio/001RD010000005749691/

3. Presumir de cocina
https://play.cadenaser.com/audio/001RD010000005793523/

4. Recuerdos de nuestros muebles de ayer
https://play.cadenaser.com/audio/1573990295_032800/

5. Las pensiones, un modelo de convivencia genuinamente español
http://play.cadenaser.com/audio/1575803469_794568?autoplay=true

6. Los porteros: los extintos guardianes del castillo

http://play.cadenaser.com/audio/1580030146_565230

7. Pisos compartidos, otra manera de vivir
http://play.cadenaser.com/audio/1583056540_781858

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