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Después del incendio

En los bares, en las pescaderías o en las peluquerías no se habla de otra cosa. La Sierra Cabrera sobre la que se posa el pueblo de Mojácar se convirtió en menos que canta un gallo en un dragón que abrasó 7.000 hectáreas, alimentado por vientos de 80 km/h a 45º de temperatura.
Mientras los turistas siguen a lo suyo en la playa como si no hubiera pasado nada, el ánimo de la población se va recuperando poco a poco. En la oficina de turismo se ha instalado un retén del Ayuntamiento que atiende a los que van a declarar los daños: el algarrobo se valora en unos 200 €, el olivo en 500, dependiendo de la antigüedad de los árboles. Instalaciones eléctricas, tendidos telefónicos y redes de abastecimiento de agua se han ido restableciendo poco a poco. El paisaje es desolador, la sierra entera está calcinada.
Después de ver pasar las llamas a esa velocidad se aprenden muchas cosas. Cada territorio tiene su propio tipo de incendio. El de Mojácar es muy rápido, de matorral y esparto, que arde como una mecha pero que no tiene mucha fuerza, por lo que en casi todas las casas el fuego ha pasado de largo. Las que han salido peor paradas han sido las que tenían árboles grandes cercanos o porches de cañizos, que al prender han llevado el fuego a puertas y ventanas. Lourdes, propietaria de un pequeño hotel rural que no se ha visto afectado de milagro, cuenta que ya ha contratado la tala de los árboles que rodean su casa. Todo el mundo sabía que las raíces de los árboles son muy malas para los cimientos, pero ahora también se ha visto que pueden meter las llamas en casa.
El paso del fuego también deja en el aire, además de un montón de ceniza, algunas preguntas que no parecen tener respuesta inmediata “Antes la sierra no se quemaba”, comenta Bartolomé, “porque estaba limpia y cultivada. Ahora si vas a remover un poco la tierra aparecen los de la Junta y te paran. Todo es turismo y playa, y las tierras están abandonadas”, prosigue. La Sierra Cabrera es un espacio natural protegido, pero ¿de qué? De la mano del hombre que antiguamente la cuidaba quizás, pero no de los incendios, como se ha demostrado ahora. Sin inversión la protección no sirve de nada. .
Mientras tanto, en la playa, los chiringuitos rebosan. Menos mal que no han sido liquidados por las llamas, ni, de momento, por la Ley de Costas. Eso sería ya lo que faltaba.

Mojácar , julio de 2009

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