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Cultura y tecnología

Estuve hace unos meses en un acto en el Instituto Cervantes sobre la identidad cultural europea en la que un tipo bastante interesante, Patrick Ourednik, escritor y pensador checoslovaco afincado en París, habló de la historia de Europa, por ejemplo a través de sus lenguas dominantes en distintas épocas: el griego había sido la de la filosofía, el latín la de la religión, el francés la de la cultura, y, hoy en día, el inglés es la de la tecnología.
Bien pronto entró a definir lo que es la cultura, y leyó de los diccionario francés y checoslovaco las correspondientes entradas, que resultaban muy ilustrativas por sus notables diferencias. La francesa se refería al enriquecimiento del espíritu, a lo que queda en la cabeza una vez que se han olvidado los conocimientos adquiridos, a lo que sirve para tener criterio y ser elegante, o sea elegir bien. En la definición checoslovaca se mencionaban más bien asuntos físicos y materiales, pero no la recuerdo bien porque no llegué a entenderla, y por lo tanto no puedo llegar a explicarla.
Ourednik manejaba de forma sencilla conceptos complejos, a la más pura manera francesa, y afirmaba que no existía identidad cultural europea, pero no debido a un problema continental o territorial, sino porque para él la cultura está dejando de existir, y está siendo sustituida por la tecnología, que se ha convertido en un fin en sí misma. El griego, el latín y el francés han dejado paso al inglés. Habló de la democratización de la cultura, que suponía inevitablemente su banalización. Y me hizo pensar que hoy en día el interés de la mayor parte de la gente, en Europa o en cualquier otro continente, se centra mucho antes en un buen coche que en una buena novela.
Hace poco estuve buscando un mapa que representara los flujos de intercambio de mensajes SMS. Lo más parecido que encontré fue éste del mundo en el que se han dibujado las principales rutas aéreas. También me imagino que podría representar la localización de los contactos en las redes sociales, en los que se sustacia este placer de la comunicación por la comunicación que parece dominar la vida de los terrícolas del siglo XXI. Supongo que será la tecnología.
En la celebración del centenario de la Gran Vía madrileña he echado de menos un análisis de lo que es la Gran Vía hoy, en la que los cines han sido susituidos por sucursales de multinacionales que venden comida rápida y ropa barata. Los teatros aguantan algo mejor, porque las representaciones no se pueden bajar en internet, igual que las camisetas y las hamburguesas. El ocio público es hoy comprar, consumir. Otra vertiente quizás de la no cultura, de la tecnología aplicada, de los logros de la logística que permite unificar todas las ciudades en una. Pasear por la Gran Vía es hoy ya pasear por cualquier ciudad del mundo, solo cambia el decorado, pero el contenido es idéntico.
¿Que queda pues para la cultura?

Imagen de 123f.com, archivo fotográfico.

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