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¡Cuánto hemos perdido!

Ayer pasé por la calle Miguel Ángel, y me volvió a encantar ver el magnífico edificio de viviendas que construyó Gutiérrez Soto, qué ventanas, qué huecos, qué patio a la calle, qué destreza, qué elegancia, qué ambiente, qué calidad, qué cosa más bien hecha, qué buenas son las viviendas por dentro, qué buen arquitecto, qué buen promotor, qué buena calle, qué bueno todo, y encima viviendas de alquiler, y para la clase trabajadora, y…
Se me cae el alma a los pies después de un paseo por Las Tablas o Montecarmelo…
¡cuánto hemos perdido!
En fin, a continuación un artículo que publiqué en El País hace unos años, espero que os guste. A mí me encanta Gutiérrez Soto, me parece un buen arquitecto, ni más ni menos.
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Edificio de viviendas de alquiler en la calle Miguel Ángel
Las casas de Madrid han tenido siempre tendencia a asomarse a la calle, ya fuera por simple curiosidad, para disfrutar del buen tiempo o para ganar unos cuantos metros más. El bloque que diseñó el arquitecto Luis Gutiérrez Soto en la esquina de la calle Miguel Ángel con Rafael Calvo es uno de los primeros y más sutiles ejemplos del empleo de terrazas y miradores que se extendería masivamente por toda la ciudad y acabaría convirtiéndose en un estilo que ha caracterizado como ninguno la arquitectura residencial madrileña de toda la segunda mitad del siglo XX.
Corría el año 1935. El gobierno de la Segunda República acababa de promulgar una ley para combatir el paro de la clase trabajadora promocionando la construcción de viviendas de alquiler. La Ley Salmón, que tomaba su nombre del ministro que la firmó, concedía sustanciosos beneficios fiscales a los promotores. El propietario del solar de Miguel Ángel se acogió a ella y encargó los planos al arquitecto. La obra se empezó a construir en ese mismo año, aunque no se terminó hasta después de la Guerra Civil.
El edificio se proyectó con el objetivo de obtener la mayor cantidad de luz y de aire para las viviendas, intentando que fueran exteriores en su mayor parte. Para ello el bloque se abre a la calle en su lado más largo por medio de un gran patio que le  permite aumentar la superficie de fachada, metiendo el espacio de la calle en el interior del solar. De las doce viviendas de cada planta son exteriores todas menos dos, que dan a generosos patios interiores.
La distribución interior es muy práctica. Son viviendas de 3 y 4 dormitorios, uno de los cuales es el que se llamaba antiguamente de servicio, todos con amplios armarios empotrados, e incluso vestidor independiente el principal en algunos casos. Los espacios de circulación y distribución están también muy aprovechados. El salón comedor está compuesto por dos piezas independientes que se pueden unir o separar gracias a una puerta corredera. Los portales son amplios y espaciosos, sobre todo el que tiene acceso por el jardín del patio a través de unos generosos soportales.
Una vez encajada la planta del bloque, el arquitecto diseñó la fachada, de ladrillo visto, que se repliega para crear terrazas cubiertas o se despliega para formar esas ventanas salientes llamadas bow-windows en el Reino Unido, donde son muy utilizadas precisamente en busca de la claridad, y que forman pequeños espacios en el interior que resultan muy agradables. El toque anglosajón definitivo lo dan las ventanas de guillotina, que dan la sensación de ensanchar los huecos con su línea horizontal. Algún vecino se refiere a estos bloques como los Dakota, evocando el histórico edificio de Nueva York en el que vivió John Lennon. Los grandes arcos que dan acceso al soportal por la calle de Miguel Ángel, la entrada al garaje, e incluso el pub que hay en el bajo, recuerdan en cierto modo los ambientes residenciales de Central Park West, aunque por supuesto, en versión muy madrileña.
Las viviendas se siguen ofreciendo hoy en día en alquiler. La semana pasada sólo quedaba libre un séptimo piso, con entrada por el portal de la calle Rafael Calvo, de 145 metros, 3 dormitorios y 2 baños, por 1830 € al mes. Desde luego no parece demasiado caro, tal y como están los precios. El barrio es de lo más elegante, el edificio también, y además se trata de un auténtico y original Gutiérrez Soto, lleno de armarios empotrados.
Lo que es seguro es que por el mismo precio no encontrará un bloque con tan buena fachada.
El arquitecto camaleón
Luis Gutiérrez Soto (Madrid, 1900-1977) fue el arquitecto de moda de Madrid durante todo la dictadura franquista. Vivir en un  Gutiérrez Soto era un signo de calidad de vida y de distinción. Su estilo se extendió masivamente por toda la ciudad, gracias a su capacidad de adaptación a los gustos de sus clientes y a su eficacia para obtener los mejores rendimientos de los solares que le confiaban. Muchos arquitectos siguieron su estela. Sin duda, si hubiera que destacar una figura de la arquitectura madrileña del siglo XX por su influencia en la imagen de la ciudad de Madrid y en la manera de vivir de sus habitantes, ésta sería la de Gutiérrez Soto.
Pero no solo construyó edificios de viviendas. Entre sus más de 600 proyectos, de los que 400 fueron para Madrid, hay de todo. Antes de la Guerra Civil proyectó cines como el Callao o el espléndido Barceló, inspirado en el expresionismo alemán, hoy sede de la discoteca Pachá; bares, entre ellos el mismísimo Chicote de la Gran Vía; o el primer aeropuerto de Madrid en Barajas. Y ya después, entre sus obras más polémicas está el mastodóntico Ministerio del Aire de Moncloa, que era llamado por sus más fieros críticos “Monasterio del Aire” por su parecido con el monumento de El Escorial.
Está claro que Gutiérrez Soto supo adaptarse a los tiempos y a los gustos de sus clientes, lo que valió en algunas ocasiones el desprecio de sus colegas. Pero él siempre procedía de la misma manera: organizaba la distribución en planta, que era su especialidad – “no se me resiste una planta más de dos horas” decía – y luego disfrazaba el edificio de lo que se llevara, sin prejuicios estilísticos ni formales.

Diario El País, viernes 28 de septiembre de 2007. (Pág. 11)

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