su agente inmobiliario

Alternativas para los activos inmobiliarios ociosos

Resuena por ahí, en la world wide web, una expresión que nunca había oído y que me resulta al menos curiosa: «activos inmobiliarios ociosos». Se refiere a los solares vacíos, a las viviendas sin habitantes, a los aeropuertos sin aviones, a los centros culturales sin contenidos. Me he imaginado esas calles que urbanizan una nada, con sus aceras y sus pobres farolas desamparadas, esas filas de adosados, esas tiras de asfalto, esos contenedores huecos, me los he imaginado, pasando el rato despreocupados.
Los que andan sin embargo un poco estresados son los bancos que los financiaron, y por añadidura el estado del bienestar al que estaban destinados. Ambos se están, literalmente, desmoronando. A estas alturas a nadie se le escapa que esas criaturas abandonadas que afean la geografía española son el hecho diferencial de nuestra catástrofe económica y, por añadidura igualmente, de nuestro fracaso político. Andan ahora buscándole un apaño financiero que aplace el problema, que si metemos dinero público, que si creamos un banco malo –menuda expresión, como para echarse a temblar, siendo como son los buenos como serán los malos. Lo que se pretende es aparcar todos estos activos inmobiliarios que se han quedado los bancos, meterlos en un cajón para no verlos, para que no salgan en los libros contables. Así a primera vista, la solución no parece muy consistente, pero ellos sabrán, que son los expertos. En cualquier caso el Ministerio de Economía calcula que el valor de estos activos, también llamados tóxicos, para ajustarse a la realidad, debe reducirse un 35% en las viviendas terminadas, un 80% en suelos, sí, un 80%, y un 65% en las promociones en curso, lo cual quiere decir que un suelo que fuera valorado en 1.000.000 de euros ahora debería contabilizarse con un valor de 200.000.

Todo esto son noticias de hoy y de ayer, no es cosa de un proceso de los últimos tiempos, es un asunto que según van pasando las horas se va matizando, discretamente… una bomba de relojería, vamos. La prioridad en estos momentos es evitar la quiebra del sistema financiero, y para ello no parece quedar otra que pagarle entre todos las vacaciones a los activos inmobiliarios. ¿Hasta cuando? No se sabe. Pero mientras tanto, ¿no sería quizás también interesante tratar de ocupar esos espacios vacíos que hemos creado, de buscar alternativas para utilizar esas ruinas sin estrenar? Evidentemente el problema no es sencillo. Por poner tan solo algún ejemplo, a ver quién es el guapo que revitaliza, por ejemplo, la gigantesca ciudad de Polaris World, cuya página web languidece con ofertas terroríficas, o Valdeluz, que hasta tiene una estación de AVE y ni por esas ha sido viable, o las no tan famosas urbanizaciones de Llanos de Verín, en Estepona, o Alto del Cuco, en Cantabria, por citar tan solo algunas de las recogidas en el proyecto 6.000 km de Basurama, que regoge una pequeña muestra de los cientos de casos que hay repartidos por el territorio nacional. ¿Alguna idea? Habría que analizar caso por caso, pues hay muchos tipos de activos ociosos. La localización es un factor clave, así como el estado de «gestación». Si nos centramos en el problema de la vivienda, que es el más sangrante pero no el único, están por un lado los suelos cuyo único valor fue haber sido recalificado, y que ahora no valen practicamente nada o casi nada. Están también los suelos urbanizados, los de las pobres farolas desamparadas, que andan por el estilo, aunque con un poco más de dinero enterrado. Pasamos a los edificios que se han quedado medias, mal asunto, porque las obras sin terminar se deterioran en menos que canta un gallo, cuesta muchísimo volver a ponerlas en marcha, se quedan obsoletas, en fin, complicado. Y luego están las viviendas terminadas, que se dividen entre las de las grandes ciudades y las de la playa. Llas primeras son las que más valor conservan porque la demanda acaba por absorberlas, y las segundas, que nacieron ya con mal pie pues estaban destinadas a ser ocupadas de tarde en tarde, las que menos salida tienen. Las alternativas para todo este catálogo de inmuebles desocupados son desde luego complicadas, pues el error de cálculo ha sido terriblemente desmesurado, pero tras un análisis concienzudo se deberían de poder encontrar alternativas. Una de ellas puede ser el urbanisno adaptativo, que viene a plantear que mientras que no haya manera de usar un inmueble para el fin al que estaba predestinado le demos un uso alternativo que al menos lo mantenga ocupado, como explica Manu Fernández. El planteamiento es que es necesario programar ahora todo el hardware, es decir el soporte físico, el ordenador por continuar con un término informático, y que lo que falta ahora es ese software, esos  programas que pongan en uso esos soportes. Sobra hardware y falta software, faltan «tácticas de intervención en la ciudad más útiles, creativas y participativas», programar nuevos usos alternativos. Pero de momento estas alternativas que plantea el urbanismo adaptativo, también llamado del mientras tanto, no pasan de ser un mecanismo no productivo en términos económicos y financieros, por lo cual, si bien puede ser muy útil para fomentar procesos de participación ciudadana y revitalización de centros urbanos, se ve incapaz de resolver el problema de las ruinas de los descampados. El urbanismo adaptativo está muy bien porque es mucho más inteligente que el expansivo, y mucho más eficaz ahora mismo, pero para hacer urbanismo hace falta que exista previamente una ciudad, hace falta extender la ciudad a los lugares en los que hemos creado inmuebles sin vida.

Por ejemplo, para afrontar el problema de los miles de residencias secundarias abandonadas y sin ninguna perspectiva de verse ocupadas, un mecanismo que me parece que al menos habría que explorar es el de la creación de pequeñas ciudades dedicadas al teletrabajo, fuera de los grandes centro urbanos, en las zonas de costa en los que existen miles de viviendas deshabitadas. Estoy seguro de que mucha gente estaría encantada de obtener un puesto de trabajo remunerado parcialmente en especies con una vivienda digna junto al mar. Esto por supuesto debería ser una política de estado, apoyada por las entidades bancarias y coordinada con las grandes empresas. Se deberían tomar medidas fiscales, apoyar la creación de centros de teletrabajo comunitarios, que por ejemplo en Estados Unidos han estado financiados por el Estado, si bien están iniciando ahora un declive debido a las elevadas  prestaciones que están ofreciendo ya las nuevas tecnologías para el funcionamiento de los puestos de teletrabajo individuales. Esto del puede parecer algo anecdótico, pero las políticas de apoyo al respecto son en estos momentos una de las prioridades de la administración norteamericana, empeñada en ofrecer soluciones innovadoras, transparentes y sostenibles a sus empleados. No se le pueden pagar indefinidamente las vacaciones a los activos inmobiliarios, no queda más remedio que buscarles trabajo también a ellos, como a los millones de parados que al hilo de esta debacle hemos generado. España ha estado enferma durante muchos años, enferma de codicia, y la ciudad de hoy es un reflejo de ello. Los remedios financieros, aunque necesarios en estos momentos en los que hay que apagar el fuego, serán insuficientes. Tras el incendio es necesario usar la inteligencia, apostar por nuevas ideas, confiar en una creatividad que busque soluciones consistentes y duraderas. Foto: Urbanización abandonada Llanos de Velerín, Estepona, Málaga, del proyecto 6.000 km, de Basurama

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