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A vueltas con el Algarrobico

En la playa del Algarrobico, al final de la rambla del mismo nombre, escenario de la mítica cabalgada de Peter O’Toole caracterizado como Lawrence de Arabia en pos de la conquista de la ciudad de Akaba, sigue en pie una ruina sin estrenar, una más, iba a ser un hotel para veranear y parece que al final no lo será nunca jamás.

Estos últimos días se ha enconado el enfrentamiento entre quienes defienden su demolición, los ecologistas, y los que piden que se acabe la obra y se ponga en uso el edificio, los ciudadanos de Carboneras, a cuyo término municipal pertenece el ahora celebérrimo lugar. Unos defienden que la construcción nunca debió tener lugar, otros que dará trabajo al pueblo. Mientras tanto desde los despachos de las diversas administraciones responsables de que se haya producido el desaguisado se pasan la pelota. Del ministerio a la consejería, de la consejería al ministerio corre el expediente, que a todos aterrroriza por el dineral que va a costar ejecutar la sentencia judicial: borren del mapa la intervención humana, y dejen el lugar tal y como estaba.

Carboneras es un municipio con un censo de población de poco más de 8.000 habitantes, con poco paro gracias a la gigantescas fábricas que se han ido instalando junto al núcleo urbano a lo largo de los últimos lustros: la de cemento en los años 70, la de energía eléctrica en los 80, y la de agua desalada, inaugurada en 2005. Alrededor de esta industria más bien un poco pesada se extiende el espectacular paisaje del Parque Natural del Cabo de Gata, que abarca casi el 80% de este término municipal en el que no parecen caber medias tintas.

La historia del maldito hotel es de sobra conocida. Se trata de una promoción privada rigurosamente ajustada a la legalidad vigente en el momento de su desarrollo, construida con todos los permisos, informes medioambientales y licencias necesarios de todas las administraciones públicas habidas y por haber, que tardó mucho tiempo en ponerse en marcha y que, con el paso del tiempo, se ha convertido en un atentado contra el medioambiente, y sobre todo en una gigantesca noticia. Hace pocos días parece ser que se ha acordado una indeminización multimillonaria a los promotores, que no son culpables de nada más que de haber ejercido los derechos que la ley les otorgaba, porque hasta la fecha no es delito haber engendrado semejante disparate.

¿Se debe demoler todo lo que no nos gusta ahora y que antes nos gustaba? Qué tal dinamitar Benidorm, buque insignia del desarrollismo de los años 60, monstruo urbanístico que por cierto ahora se pone como ejemplo de urbanismo sostenible por su alta densidad. Construir supone un esfuerzo muy grande, y destruir lo construido es carísimo. ¿Porqué no aprovechar para algo lo ya invertido y lo que queda por invertir para volver a dejarlo todo como estaba en algo un poco más productivo?

Por ejemplo, se podría crear un gran jardín botánico sobre la ruina. Solo habría que echar tierra y regar, con el agua misma desalada que fabrican a la vuelta de la esquina. Las tuberías serían goteros, las terrazas espléndidos maceteros. Plantaríamos especies vegetales propias del nuestro clima mediterráneo. Palmeras, algarrobos, cítricos, jazmines exhuberantes adornarían el lugar. Una gran isla verde enmedio del paisaje desértico, un gran monumento al pelotazo urbanístico, sería una atracción turística, incluso podría convertirse hasta en parque temático.

Yo creo que es una tontería gastarse el dinero en escarmentar a no se sabe muy bien quien. Me parece una solución política e irracional. Creo que es mucho mejor aprovechar lo ya construido. No demuelan la ruina del hotel, no beneficia a nadie y costará un dineral. Hagamos un gran concurso internacional para convertir esta ruina en un monumento inteligente, para no olvidar lo estúpidos que podemos llegar a ser. Sería mucho más constructivo.

En la foto, Proyecto de jardín botánico sobre las ruinas del Algarrobico.

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