su agente inmobiliario

El trabajo gustoso

Asistí ayer a uno de las más claras demostraciones de trabajo gustoso. Llevé a mi hijo Diego a cortar el pelo a la peluquería del Hotel Velázquez. Allí se encontraban, como siempre, Abraham y su hijo Carlos, los peluqueros. El padre, ya jubilado, pasa las tardes en la peluquería atendiendo a sus clientes de toda la vida sin necesidad ni obligación ninguna. Y lo hace a las mil maravillas. Corta el pelo con poesía, como diría Juan Ramón Jiménez, es decir con idea y sentimiento.

Resulta que estaba allí un joven cliente también de toda la vida, Guillermo, contando que había visto en la tele un reportaje sobre la peluquería del futuro. En lugar de espejos tenía pantallas de televisión que mostraban imágenes de la cabeza del cliente en tiempo real. Tenía la ventaja aquello de que todo quedaba grabado para que en la siguiente visita se pudiera matizar el look sobre lo realizado en la visita anterior. No pudo  entonces evitar Abraham mostrar su indiferencia y desprecio ante tales avances de la modernidad, y dijo algo así como que a él no le hacían falta imágenes ni cámaras para saber lo que tenía que hacer, porque él sabía perfectamente como tenía que cortar el pelo a sus clientes. «No en vano soy el mejor peluquero del mundo», sentenció para terminar.

Salimos muy contentos Diego y yo de la peluquería. El niño con su cogotito lustroso, como dice mi madre, y creo que sin la sensación de cordero degollado que muchas se tiene después del rapado. Y yo por haber asistido a una de las más claras manifestaciones de la importancia y la eficacia del trabajo gustoso.

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